Consorcio Chiclero
Ver a los chicleros, guardianes de la selva, trabajar, es fascinante, su relación con los árboles de chicozapote es íntima y respetuosa, y demuestra que el hombre y el medio ambiente pueden interactuar y sostenerse uno con otro.
A diferencia de otras regiones del sureste de México, en el estado de Quintana Roo la propiedad y explotación de los bosques está en manos de los propios campesinos, y la porción forestal de cada comunidad se encuentra bien definida. Esto ha generado que los campesinos tomen conciencia, como lo expresa el Piporro, mientras caminamos por la selva de la comunidad de Tres Garantías, al sur del estado.
A nosotros nos interesa cuidar la selva. Mi abuelo era chiclero, mi padre también, y yo sigo aquí en el mismo lugar, sacando chicle. Tenemos 44 mil hectáreas de terreno y más de la mitad es selva, lo que llamamos la reserva forestal permanente. Ahí no se permite meter ganado ni cultivar. Sacamos chicle y madera, pero hay que saber hacerlo.
Esta manera de ver las cosas tiene una historia. A principios del siglo xx, cuando las compañías extranjeras detentaban la concesión de estos bosques, a los campesinos se les contrataba como jornaleros, tanto para el corte de madera como para la extracción del chicle, y se les pagaba sueldos ínfimos. Estas compañías no se preocupaban por la conservación de la selva, nunca plantaron un árbol ni respetaron el tiempo de descanso que requiere el chicozapote para extraer el látex. Herman Konrad, investigador canadiense que durante varias décadas ha estudiado la historia de la región, calcula que en esta época, en el estado de Campeche, 20 por ciento de los árboles no lograba recuperarse y entre 1929 y 1930 desapareció hasta un millón de ellos. Los viejos campamentos chicleros fueron los que dieron origen a las nuevas comunidades forestales, que actualmente resguardan las principales reservas productivas forestales de la Península de Yucatán. En la década de 1930 se retiraron las concesiones y se transfirió la propiedad a las comunidades locales. Este cambio trajo resultados positivos inmediatos al nivel de vida de los campesinos, el ingreso por la venta de chicle aumentó 300 por ciento y se formaron pequeños asentamientos donde se concentró a la población.
Además, se crearon escuelas y brigadas sanitarias, y por fin llegó el servicio de agua potable. En muy pocos años las comunidades comenzaron a encargarse de la totalidad de la explotación chiclera, y así fue como nació la primera cooperativa de productores.
Sin embargo, debido principalmente a la caída de la demanda de goma natural en el mercado internacional, la actividad chiclera sufrió un grave deterioro: de los 20 mil chicleros que había en 1942, el número se redujo a sólo mil en 1994.
Frente a esta crisis, ese mismo año en Quintana Roo se inició un proceso de reestructuración de la actividad y se creó el Plan Piloto Chiclero, que se desarrolló con base en una consulta directa con los productores y cuyo objetivo ha sido promover un nuevo modelo de organización productiva y comercial.
En 2003 se constituyó el Consorcio Chiclero como una empresa social integradora, resultado de la fusión de sociedades cooperativas y de producción rural de los estados de Quintana Roo y Campeche.
Hemos logrado establecer un equilibrio entre el precio de venta y los costos de producción”, comenta Manuel Aldrete, director ejecutivo del consorcio, “con una distribución más equitativa de los beneficios y una mayor participación de los productores en la toma de decisiones”.
Después de cuatro años de investigaciones financiadas principalmente con sus propios recursos, el consorcio obtuvo a nivel experimental seis diferentes fórmulas para la producción de goma base y goma de mascar. A principios de 2007, el consorcio instaló una planta piloto para la producción de goma de mascar, y logró ajustar las formulaciones para producir, a nivel artesanal, una goma que contiene cuando menos 40 por ciento de látex orgánico certificado, mezclado con aromas, sabores y aditivos naturales, consolidando así un proceso de apropiación de un recurso natural que se ha comercializado por cien años como materia prima.
El Consorcio Chiclero, que administra la producción, la logística, el comercio y las finanzas, ha demostrado que es posible realizar una cosecha sustentable del chicle, elaborar Chicza y construir un negocio rentable. A cinco años de haber emprendido el camino para darle valor agregado y transformar la materia prima del chicle en goma de mascar, el coraje y la perseverancia han dado sus frutos: hoy, este producto elaborado significa un ingreso seis veces mayor para un chiclero. Cada persona que se lleve a la boca una tableta de Chicza en cualquier parte del mundo, estará contribuyendo de manera directa y personal al bienestar de los productores de chicle de las selvas tropicales del sur de México y mantener viva la Selva Maya.
La historia
No se sabe con certeza si los mayas de la antigüedad mascaban chicle, pero seguramente si lo hicieron los mexicas. Se conoce que las “damas de la vida galante” evidenciaban así su presencia en la vía pública, y que en los hogares se les daba a los niños para que limpiaran sus dientes.
Cuenta la historia que el estadounidense Thomas Adams, habiendo fracasado en su intento de vulcanizar el látex para sustituir el hule –trabajo que el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna le había encomendado–, tuvo la idea genial de cocinar el látex y agregarle saborizantes y azúcar para venderlo. Éste fue el primer intento exitoso de comercialización de lo que ahora conocemos como goma de mascar. Pero no fue sino hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial cuando los soldados norteamericanos, que acostumbraban mascar chicle para disminuir la tensión, la difundieron en todos los rincones del mundo. La extracción de látex alcanzó su máximo nivel cuando en 1943 México exportó a Estados Unidos 8 165 toneladas de goma natural.
Después del conflicto bélico se descubrieron sustitutos sintéticos de origen petroquímico, por lo que la explotación del chicle decayó vertiginosamente y sólo algunas cuantas compañías siguieron utilizando el chicle natural. El mercado asiático era un fuerte consumidor de la goma base producida por Estados Unidos, y con el surgimiento de la sintética se vio ante la necesidad de desarrollar sus propias fórmulas de goma de mascar con base en chicle natural, y volteó la mirada hacia la selva del Gran Petén.
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